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CAPITULO 1 EL ALIMENTO ES AMOR

Saturday, December 7, 2013

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- Período de la infancia –

Lo que aprendí acerca de la paz siendo cargado en las espaldas de mi padre 


Toda mi vida la he vivido con un solo pensamiento.  lograr un mundo de paz, un mundo sin guerras ni disputas en el que todos conviviésemos en amor. Quizá alguien pueda decir, "¿Cómo es posible que hayas pensando en la paz desde que eras un niño?" ¿Pero acaso es tan asombroso que un niño sueñe con un mundo pacífico? 

En 1920, cuando yo nací, el Japón estaba ocupando a Corea por la fuerza. Después de la liberación, sufrimos la Guerra de Corea, la crisis financiera asiática, y otras numerosas crisis agudas, con lo cual durante mucho tiempo mi tierra estuvo lejos de tener paz. Pero tal dolor y caos no eran algo exclusivo de Corea. Las dos guerras mundiales, la guerra de Vietnam, y las guerras en el Medio Oriente demuestran que la gente se odió constantemente y generalmente apeló a las armas y a los bombardeos. Para quienes experimentaron la tribulación de sufrir su carne desgarrada y sus huesos astillados, quizás la paz no sea más que un sueño con el que podían fantasear. Sin embargo, lograr la paz no es algo tan difícil. Podemos hallarla en el aire, en el ambiente natural y en la gente que nos rodea. 

Cuando niño sentía que el campo era mi hogar. Vaciaba en segundos el pote de arroz del desayuno y salía a corretear el día entero por las colinas y los arroyos. Podía pasar el día entero deambulando por el bosque donde vivían diferentes tipos de aves y animales; comiendo hierbas y frutos silvestres, nunca pasaba hambre. Aun siendo un niño sentía que mi mente y mi cuerpo se sentían a gusto en cuanto ingresaba al bosque. 

Muchas veces, después de corretear y jugar, me quedaba dormido en el monte. Cuando eso sucedía, mi padre tenía que venir a buscarme. Escuchaba su voz entre sueños gritando mi nombre a la distancia "¡Yong Myung! ¡Yong Myung! Aun estando dormido yo sonreía complacido. De pequeño, mi nombre era Yong Myung. Si bien el sonido de su voz me despertaba, yo fingía que dormía para que él me cargase en sus espaldas de vuelta a casa y disfrutar así de esa sensación de ir con la mente tranquila, sintiéndome seguro y libre de preocupaciones; eso era la paz. Es así como aprendí lo que la paz era, siendo cargado en las espaldas de mi padre. 

La razón por la que también amaba el bosque era porque toda la paz del mundo habitaba allí. Las formas de vida del bosque no luchan entre sí. Por supuesto que se comen unos a otros, pero es porque inevitablemente tienen hambre y necesidad de mantenerse a sí mismos, no porque se odien. Ni las aves, ni las bestias, ni los árboles, se odian entre sí. Para que haya paz, no debe existir el odio. El odio entre seres de la misma especie solamente se ve en la raza humana. La gente odia a los demás porque su país es diferente, o porque su religión es diferente, o porque su manera de pensar es diferente.
Hasta el día de hoy he recorrido cerca de doscientos países, pero al aterrizar en el aeropuerto, no fueron muchos los lugares donde sentí: “Este lugar es tranquilo y acogedor." Había muchos lugares donde, a raíz de la guerra civil, soldados con sus armas en alto vigilaban los aeropuertos, bloqueaban las calles y donde día y noche se escuchaba el sonido de disparos. Más de una vez estuve a punto de perder la vida en lugares donde fui a hablar de paz. En el mundo en que vivimos, grandes o pequeños, los conflictos y enfrentamientos no cesan. Decenas de millones de personas sufren de hambre por falta de alimentos, y sin embargo, miles de millones de dólares se gastan en armamento militar. Si se ahorrase el dinero gastado en armas y bombas, se podría aliviar del hambre y el dolor de toda esa gente. 

He dedicado mi vida a construir puentes de paz entre países que están enemistados y se odian por causas ideológicas y religiosas. He creado foros donde el islam, el cristianismo y el judaísmo pudieran reunirse en armonía. He trabajado para conciliar las opiniones de los Estados Unidos y la Unión Soviética cuando estaban en desacuerdo sobre Irak. He ayudado en el proceso de reconciliación entre el Corea del Norte y Corea del Sur. No lo hice para buscar dinero o fama. Desde el momento en que tuve edad suficiente para saber lo que sucedía en el mundo, mi tópico ha sido uno solo: un mundo unido y pacífico. No deseo nada más. No ha sido fácil vivir día y noche por el propósito de la paz, pero es el único trabajo que me hace feliz. 

Durante la Guerra Fría, hemos experimentado el dolor de ver a nuestro mundo dividido ideológicamente en dos. Parecía entonces que, si sólo el comunismo desapareciese, la paz sería alcanzada. Sin embargo, ahora que la Guerra Fría terminó, nos encontramos con que tenemos aún más conflictos que entonces. Nos hemos fracturado en pedazos por casusas raciales y religiosas. Como si no alcanzara con las hostilidades en las fronteras, en algunos países se producen separaciones internas por causas religiosas, y las nuevas regiones que surgen como consecuencia de ello se subdividen a su vez por diferentes causas. Las personas asi separadas, enemistadas unas con otras, se resisten a abrir sus corazones. 

Cuando observamos la historia humana, vemos que las guerras más brutales y crueles no han sido las guerras entre naciones, sino las guerras interraciales. De estas, los peores han sido aquellas en las que la religión se usó como pretexto. En la guerra civil de Bosnia, uno de los peores conflictos étnicos del siglo 20, se llevó a cabo una limpieza étnica en un esfuerzo por "secar las semillas" de sangre musulmana. Más de siete mil musulmanes, niños incluidos, fueron masacrados. Recordamos el atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001, donde los 110 pisos del World Trade Center de Nueva York fueron hechos pedazos estrellando aviones en las torres gemelas. Recientemente, en la Franja de Gaza en Palestina, cientos perdieron sus vidas como resultado de los ataques de misiles israelíes, dejando a tanta gente temblando de frío, padeciendo hambre y viviendo con el temor a la muerte. Todo esto es el trágico resultado de conflictos entre grupos étnicos y religiosos.

¿Qué hace a la gente odiarse y matarse unos a otros de esta manera? Razones superficiales hay muchas, pero cuando profundizamos detrás de la membrana para encontrar las causas subyacentes, la religión está infaliblemente en casi todos los casos. Ese fue el caso con la Guerra del Golfo en torno al petróleo, y también lo es con el conflicto árabe-israelí sobre el control de Jerusalén. Cuando el racismo utiliza a la religión como pretexto, el problema se vuelve extremadamente complejo. Los fantasmas del mal de las guerras religiosas, que pensamos que se habían había terminado con la Edad Media, siguen acechándonos en el siglo 21.

La razón de que las guerras religiosas se sigan produciendo sin cesar, es que muchos políticos utilizan la enemistad entre religiones para satisfacer sus ambicioness egoístas. Ante objetivos políticos, las religiones pierden la brújula y vacilan.Han perdido de vista su propósito esencial. Las religiones existen originalmente para el bien de la paz. Todas las religiones tienen la responsabilidad de promover la paz mundial. Lamentablemente, vemos que por el contrario las religiones se convierten en la causa de algunos conflictos. Detrás de este mal se esconde la política "negra", con poder y dinero en sus puños. La responsabilidad principal de un líder, por encima de todo, es mantener la paz, pero a menudo hacen lo contrario y llevan el mundo hacia la confrontación y la violencia.

A menos que los líderes enderecen sus corazones, los países y los pueblos perderán su dirección y deambularán en confusión. Hay líderes que utilizan la religión y el nacionalismo para satisfacer sus oscuras ambiciones desmedidas. La religión y el amor a la nación no son malos en esencia, pero únicamente tienen valor cuando contribuyen al bienestar de la comunidad global. Cuando alguien afirma que solamente su propia religión o grupo étnico son los correctos, y trata con desprecio y culpa a otras religiones y grupos étnicos , su fe y su nacionalismo pierden todo valor, porque cuando al profesar una religión se atropella a los demás y se menosprecia a la otra religión, eso ya deja de ser bondad. Lo mismo sucede cuando se trata de justificar a la raza y el país propios, desconsiderando a los demás.

El vivir reconociéndose y ayudándose unos a otros es la verdad del universo. Hasta el animal más insignificante lo sabe. Perros y gatos se llevan mal, pero si se crían en el mismo hogar, uno cuida los chachorros del otro y conviven bien. Podemos observar esto también en los vegetales. Hay enredaderas que crecen apoyándose en el tronco de los árboles, pero el árbol no le dice: "¿Qué te crees que estás haciendo, que me enroscas todo para subir?" Convivir cuidándose unos a otros, es un principio universal. Quien se desvíe de este principio, tarde o temprano termina mal. Si continúan acusándose y peleándose entre sí las diferentes razas y religiones, la humanidad no tiene futuro. Si insisten en el terror y las guerras, algun día desaparecerán como el polvo. Pero no es que no haya esperanza. Evidentemente, hay esperanza.

He vivido toda mi vida soñando con la paz, sin soltar la cuerda de la esperanza. Lo que anhelo es derribrar por completo las capas de muros y cercas que encierran y dividen al mundo, y hacer de éste un mundo unido. Anhelo derribar las barreras religiosas, superar las barreras interraciales y rellenar la brecha entre ricos y pobres, para que luego podamos restablecer el mundo de paz que Dios creó en el principio. Estoy hablando de un mundo donde nadie pase hambre, y nadie viva derramando lágrimas. Para curar un mundo donde no hay esperanza y se carece de amor, debemos volver a tener el corazón puro que tuvimos de niños. El camino para despojarnos de la ambición de poseer cada vez más y recuperar nuestra hermosa esencia humana, es revivir el aliento del amor y el principio de paz que hemos aprendido cuando nuestro padre nos cargaba en sus espaldas.

La alegría de alimentar a otros

Mis ojos son muy pequeños. Dicen que cuando yo nací, mi madre exclamó: "¡Mi bebé no tiene ojos!" Y con sus dedos procuró abrírmelos. Ni bien parpadeé, dijo con alegría, "¡Oh, sí. tiene, tiene ojos!" Por tener ojos tan pequeños, me pusieron de apodo "O San Chip Chocúm Nun" que significaba "Los ojos pequeños de la casa de O San". Osan era el nombre de la ciudad natal de mi madre.

Aun así, nunca escuhé decir que mis ojos pequeños me hacían menos atractivo. Por el contrario, quienes sabían algo de fisonomía, decían que en mis ojos pequeños había una predisposición a ser un líder religioso. Creo que es porque, al igual que el diafragma de una cámara fotográfica que se achica para enfocar los objetos más alejados, un líder religioso debe ser capaz de ver más allá que los demás. Mi nariz es bastante inusual también. A simple vista es obvio que esta es la nariz de un hombre terco que no obedece a nadie. Debe haber algo de cierto en la fisonomía, porque cuando miro hacia atrás en mi vida, se me ocurre que nací con estos rasgos para vivir como viví.

Nací en el número 2221de Sang Sa-Ri , distrito de Deok-eon,, Jeong-ju, provincia de Pyong An, como el segundo hijo de Kyung Yu Moon, del clan de Nampyung y de Kyung Gye Kim, del clan Kim de Yeon An. Nací en el sexto día del primer mes del calendario lunar, en 1920, un año después el movimiento de la independencia de 1919. Dicen que nuestra familia se estableció en la localidad de Sang Sa Ri en tiempos de mi bisabuelo, quien trabajó la tierra construyendo la fortuna de la familia con sus propias manos, y quien nunca probó tabaco ni alcohol, prefiriendo usar ese dinero para comprarle alimentos a los necesitados. Cuando murió, sus últimas palabras fueron: "Bendiciones de todos los valles de Corea irán hacia quien alimente a gente de todas las regiones." Por eso la sala de nuestra casa siempre estaba llena de gente. A tal punto que incluso gente de otros lugares sabía que si pasaban por nuestra casa se les daba comida. Mi madre jamás se quejó por tan agotadora tarea.

Mi bisabuelo, tan diligente que tenía por regla no descansar, aprovechaba los ratos libres para fabricar calzados de paja que luego vendía en la feria. Cuando viejo compró unos patos y los soltó, pidiendo en oración que le fuese bien a sus descendientes. También contrató a un maestro de caracteres chinos para que les enseñe gratis a los jóvenes del pueblo. Por eso los pobladores lo llamaron "Sun-ok" (joya de bondad), y se refierían a nuestra casa como "la casa que será bendecida".
Luego mi bisabuelo falleció y, mientras yo crecía, aquella riqueza que solía ser mucha se había esfumado, quedándonos apenas algo de arroz para comer. Sin embargo, la costumbre familiar de compartir nuestra comida con los demás continuaba intacta, y alimentábamos primero a los otros aunque no quedase suficiente para los miembros de la familia. Gracias a ello, lo primero que aprendí después de empezar a caminar fue servir comida a los demás.

Durante la ocupación japonesa, el paso obligado de los que huían del país a refugiarse en Manchuria atravesaba por Seon-cheon, en la Provincia de Pyong-An Norte. Nuestra casa estaba situada al borde de la carretera principal que iba a Seon-cheon. Aquellos a quienes los japoneses les habían quitado todo, sus casas y sus tierras, y se dirigían a Manchuria buscando comenzar una nueva vida, pasaban delante de mi casa. Mi madre siempre le dio de comer a los que pasaban, provenientes de todas las regiones de Corea. Si un mendigo venía a pedir comida y mi madre no reaccionaba con la suficiente rapidez, mi abuelo recogía su plato y salía a dárselo al mendigo. Será porque nací en una familia así que también yo me he pasado mi vida alimentando gente. Para mí, dar alimento a las personas es más valioso y precioso que cualquier otra cosa. Si estoy comiendo y veo a alguien que no come, me duele el corazón y mi mano deja los cubiertos.

Sucedió cuando yo tenía once años. Se acercaba el último día de diciembre y todos en el pueblo estaban ocupados preparando masas de arroz para las fiestas de fin de año. Había unos vecinos atravesando una situación difícil y no tenían nada para comer. No podía borrar sus rostros de mi mente, y estaba tan preocupado e inquieto que daba vueltas y vueltas dentro de la casa sin saber qué hacer, hasta que finalmente recogí una bolsa de ocho kilos de arroz y salí corriendo. Yo estaba tan apurado para sacar el arroz sin que me vean que no encontraba un hilo para atarlo. Cargué la bolsa al hombro y corrí cuesta arriba por un camino pronunciado los casi ocho kilómetros hasta la casa de los vecinos. Me sentía tan bien al pensar que podía satisfacer el estómago de gente con hambre, que mi pecho agitado latía con fuerza.

El granero estaba al lado de nuestra casa, con sus cuatro costados muy bien cubiertos de manera tal que el arroz triturado no saliese hacia afuera, y que en el invierno no se filtrase el viento y su interior se mantuviese a temperatura confortable. Si llevaba brasas de la estufa de casa, el granero era más cálido que una habitación calefaccionada. Algunos mendigos que viajaban por todo el país pasaban el invierno allí. Estaba tan fascinado por las historias que ellos contaban sobre
La casa donde nací. Jeosngju Corea del Norte
 el mundo exterior, que cada vez que podía me iba al granero. Mi madre me llevaba mi comida y también traía lo suficiente como para que comiesen mis amigos los mendigos. Comíamos del mismo plato sin importar cuál cuchara era de quién y pasábamos algunas noches de invierno compartiendo la misma frazada. Cuando llegaba la primavera y ellos partían hacia lugares lejanos, yo me quedaba esperando el próximo invierno, ansioso de que ellos volviesen. Sus cuerpos estarían mal vestido, pero no así sus corazones. Tenían claramente un amor profundo y cálido. Yo les daba alimento, y ellos compartían conmigo su amor. La profunda amistad y el cálido afecto que ellos me enseñaron sigue siendo hoy un fuerte estímulo para mí.
Cada vez que viajo por el mundo y veo niños padeciendo hambre y dolor, me viene a la memoria mi bisabuelo, quien nunca escatimó en alimentar a otros.

Ser amigo de todos

Si decido hacer algo, tengo que ponerlo en acción de inmediato; de lo contrario no puedo dormir. Si por alguna razón debía esperar por algo hasta que aclarase el día, pasaba la noche sin dormir, raspando la pared. De tanto raspar estropeaba el tabique divisorio, al punto que una pila de polvo se acumulaba en el piso .Si alguien me mortificaba, me despertaba en medio de la noche y salía corriendo de la casa, llamaba al culpable, y lo desafiaba a pelear; de modo que también fue agobiante para mis padres criar un hijo así.
Especialmente no podía dejar pasar las injusticias y, como si yo fuese el justiciero del barrio, me entrometía en todas las peleas de los chicos, decidía quién estaba correcto y quién equivocado; solía reprender al niño que había obrado mal. Una vez fui a ver al abuelo de un niño violento y caprichoso del barrio y le advertí con firmeza: "Abuelo, su nieto ha hecho tal y tal cosa; por favor, tiene que controlarlo más".

Podría parecer tosco en mi conducta, pero era un niño con mucho corazón. Me gustaba quedarme hasta tarde y dormirme con mi mano sobre los senos caídos de mi abuela, pero ella no recusaba mis chiquilladas. Cuando iba a visitar a mi hermana mayor después que se casó, si los adultos de la familia de mi cuñado no me odiaban aunque los molestaba para que me preparasen masas de arroz o que maten un pollo para comer, era porque ellos sabían que yo tenía afecto.

Especialmente yo era muy particular en el cuidado de los animales. Hacía un charco para que puedan beber agua las aves que anidaban en un árbol enfrente de mi casa. Traía mijo del galpón y lo desparramaba en el patio para que comiesen. Los pájaros, que al principio huían cuando alguien se acercaba, pronto se dieron cuenta que la persona les daba de comer era quien los amaba, y dejaron de huir cuando me veían.
Una vez, con la intención de criarlos, atrapé unos peces, los puse en un charco y les di un puñado de ración, pero al levantarme la mañana siguiente me encontré con que todos los peces se habían muerto. ¡Tenía tantos deseos de criarlos bien! Me quedé tan estupefacto viéndolos flotar inertes sobre el agua que lloré todo el día.

Mi padre tenía centenares de colmenas. Si a una enorme colmena de madera se le clavaba una tabla prensada, las abejas depositan su cera para anidar allí y almacenar su miel. Yo era tan curioso que una vez fui a ver cómo las abejas construían su casa y metí la cara en el centro de la colmena; me picaron todo y mi cara se hinchó de manera tal que parecía un almohadón.

Una vez quité las bases de las cajas de las colmenas y recibí una fuerte reprimenda. Cuando las abejas terminaban de construir sus colmenas, mi padre juntaba las bases y las apilaba. Las bases estaban cubiertas de cera que podía usarse en lugar del aceite para encender las lámparas, pero en mi impericia yo deshacía las valiosas bases por querer compartirlas con hogares que no tenían como para comprar aceite. Por querer ser generoso a mi manera, fui duramente amonestado por mi padre.

Sucedió cuando yo tenía doce años. En aquellos días no había un pasatiempo satisfactorio; las opciones eran el "yut", el "jang-gi" (similar al ajedrez) y juegos de naipes coreanos.
Siempre me gustó ver gente agrupada divirtiéndose. Durante el día me gustaba jugar "yut" o volar mi cometa, y al atardecer recorría las rondas de juegos de naipes del pueblo. En una sola mano gané 120 won, cuando por lo general esa cantidad se podía obtener ganando tres manos. En vísperas de Año Nuevo y en la primera luna llena de enero era cuando más se jugaba. En esos días la policía venía a mirar pero hacía la vista gorda y no detenían a nadie. Yo iba a los lugares donde jugaban los mayores, dormía un rato y me metía en las últimas tres partidas de la madrugada. Con el dinero que ganaba compraba un almíbar hecho de granos y le daba un poco a cada uno de los niños del barrio. Jamás usé ese dinero para mí ni para hacer algo malo. Cuando nos visitaban mis cuñados tomaba dinero de sus carteras, con previo permiso. Con el dinero de mis cuñados compraba caramelos y almíbar para niños carenciados.

En cualquier pueblo es natural que haya gente que vive bien y gente que vive mal. Al ver que las viandas de mis amigos pobres apenas tenían mijo cocido, no podía comer mi propio almuerzo de arroz, así que me gustaba cambiarles mi arroz por su mijo. Intimaba más con los niños de familias pobres que con los de familias ricas e influyentes, y haría cualquier cosa para que no pasen hambre. Ese era precisamente mi pasatiempo favorito. Yo era pequeño todavía, pero quería ser amigo de todos; de hecho quería ser más que amigo, sentía deseos de llegar a compartir algo más profundo que la amistad.

Uno de mis tíos era muy ambicioso. En medio del pueblo su familia poseía una huerta de melones, y en verano la dulce fragancia hacía que los niños que pasaban cerca se pusiesen ansiosos por comer melones. Mi tío se sentaba al costado del camino en una especie de atalaya para vigilar su huerta y no compartía un solo melón con nadie.
Un día le pregunté: "Tío, ¿puedo comer todos los melones que quiera?" "Claro, por supuesto", respondió él con franqueza

Entonces le avisé a todos los niños que el que desease comer melón debía venir al frente de mi casa a las doce de la noche con una bolsa de arpillera. A medianoche nos fuimos hacia la huerta de melones de mi tío y les dije: "Quiero que cada uno de ustedes elija a gusto y recoja un surco de melones; no se preocupen por nada." Los niños lanzaron una exclamación de alegría, corrieron hacia la huerta y en pocos minutos limpiaron varias hileras. Esa noche, los niños hambrientos del pueblo se sentaron en un campo de tréboles y comieron melón hasta que sus estómagos quedaron a punto de estallar.

Al día siguiente hubo una conmoción en la casa de mi tío. Cuando fui a su casa, que parecía una colmena agitada, me gritó ni bien me vio: "¡Bandido! ¿Es obra tuya?" "¿Fuiste tú el que arruinó todo mi esfuerzo?". Sin amedrentarme por sus retos le retruqué: "Tío, ¿No se acuerda? ¿Acaso no me dijo que podía comer todos los melones que deseara? El deseo de esos niños de comer un melón era precisamente mi deseo. ¿Es justo que comparta un melón cada uno, o que no les dé absolutamente nada?". Al oír esto se aplacó su enojo y me dijo: "Está bien. Tienes razón". Y se retiró.

Una clara brújula en mi vida

El clan Moon se originó en Nampyung, cerca de Naju, en la provincia de Cholla, a unos 320 kilómetros al sur de Seúl, en la región suroeste del país. Mi bisabuelo Jung Heul Moon era el menor de los tres hijos de mi tatarabuelo Sung Hak Moon, y él a su vez también tuvo tres hijos, Chi Guk, Shin Guk y Yoon Guk. Mi abuelo, Chi Guk Moon, era el mayor de ellos.
El abuelo era todo un analfabeto, ya que nunca asistió a la escuela formal ni al centro de estudios de la villa, pero tenía una capacidad de concentración tal que, de solo escucharlo, prácticamente se memorizó el SamGukChi (libro de historia de los tres reinos). Y no fue únicamente el SamGukChi. Si alguien contaba algo muy interesante, lo memorizaba todo y lo recitaba tal cual. Lo que fuere, lo recordaba con escucharlo una sola vez. También mi padre, asemejándose al abuelo, cantaba de memoria un cancionero de himnos cristianos de más de 400 páginas.
El abuelo siguió fielmente las últimas palabras del bisabuelo, de vivir brindándose a otros incondicionalmente, pero fue incapaz de cuidar la fortuna familiar, ya que su hermano menor, Yun Guk, pidió un préstamo hipotecando las propiedades de la familia, y de golpe voló todo. A partir de entonces la familia atravesó todo tipo de sufrimientos, pero ni el abuelo ni mi padre jamás le guardaron rencor, ya que mi tío abuelo Yun Guk no había derrochado la fortuna en el juego, sino que todo el dinero que había pedido prestado contra la hipoteca lo envió al gobierno provisional, con sede en Shangai. En aquellos días setenta mil won (W 70.000) eran mucho dinero, y el tío abuelo Yun Guk lo había donado todo al movimiento por la independencia.
Yun Guk, habiéndose graduado del Seminario de Pyongyang, era un intelectual que hablaba con fluidez el inglés y era muy versado en estudios chinos. Sirvió como pastor principal de tres iglesias, incluyendo la Iglesia de Deok Heung en Deok Eon Myeon. Junto al Maestro NamSun Choi participó en la redacción de la Declaración de Independencia de 1919. Cuando se encontró, sin embargo, con que tres de los dieciséis líderes cristianos de entre los firmantes estaban asociados con la Iglesia de Deok Heung, el tío abuelo dio un paso al costado y se retiró voluntariamente de la lista de representantes del pueblo.. Seung Heung Lee, uno de los signatarios restantes que había aunado voluntades con mi tío abuelo para fundar la escuela de Osan, tomó ambas manos de Yun Guk y le pidió en lágrimas que se hiciera cargo del movimiento independentista en caso de que ellos fracasaran; más tarde, Lee falleció a manos de las autoridades coloniales japonesas.
De regreso a nuestra ciudad natal, el tío abuelo Yun Guk imprimió miles de banderas de Corea y las repartió, al grito de ¡Mansei! (¡viva!), a la multitud que se volcaba a las calles a exclamar su apoyo a la independencia de Corea. El 8 de marzo de ese año fue detenido encabezando una manifestación en la


De izquierda: Madre, Kyung Gye Kim; Hermano mayor, Yong Su Moon; Abuelo, Chi Guk Moon y Tío abuelo, Yun Guk Moon


colina detrás de la oficina administrativa de Aipo Myeon. A la manifestación en apoyo a la independencia asistieron el director, los profesores y cerca de dos mil estudiantes de la escuela de Osan, unos tres mil cristianos, y unos cuatro mil residentes de la zona. Lo sentenciaron a dos años y fue encarcelado en la prisión de Eui-ju, siendo liberado al año siguiente como parte de un indulto especial; aun así, la persecución que sufría por parte de la policía japonesa era tal que no podía permanecer mucho tiempo en un mismo lugar, y siempre andaba huyendo de un lugar a otro. Habiendo sido torturado por la policía japonesa con una lanza de bambú, tenía una enorme cicatriz donde le habían arrancado pedazos de su carne. También le habían perforado las piernas y uno de los flancos, pero dijo que nunca claudicó. Cuando los japoneses descubrieron que no podían quebrarlo, trataron de apaciguarlo ofreciéndole el cargo de jefe del condado si dejaban de manifestar. Su respuesta fue, en tono de reprimenda a los japoneses y en voz alta: "¿Creen que trabajaría para ustedes, ladrones?"
En una ocasión, cuando yo tenía unos siete u ocho años, sabiendo el tío abuelo Yun Guk estaba de paso en nuestra casa vinieron a verlo algunos miembros del ejército independentista. Estaban faltos de fondos y habían caminado en la oscuridad bajo una fuerte nevada para venir a pedir ayuda. Mi padre nos cubrió enteros a todos para que no nos despertásemos. Ya despabilado, yo me quedé allí, bajo la frazada, con los ojos bien abiertos, prestando oídos a la charla que compartían los adultos. Aunque era tarde en la noche, mi madre mató a un pollo e hirvió unos fideos para servirles a los combatientes. Todavía llevo en mis oídos las palabras que escuché del tío abuelo Yun Guk, mientras contenía la respiración bajo las frazadas: “Aunque mueran, si lo hacen por el bien del país, esa muerte se convierte en una bendición”. Y a continuación les dijo: "Lo único que se ve ahora ante nuestros ojos es la oscuridad, pero ciertamente la mañana brillante llegará” Como secuelas de las torturas recibidas, su cuerpo siempre le causaba molestias, pero su voz resonó con firmeza.
Tampoco olvido haber sentido con pesar: “¿Por qué alguien tan maravilloso como el tío abuelo tiene que ir a la cárcel? Si fuésemos más fuertes que el Japón, esto no habría sucedido”. El tío abuelo Yun Guk continuó vagando por el país, evitando la persecución por la policía japonesa, y no fue hasta 1966, cuando yo estaba en Seúl, que volví a oír de él otra vez. El tío abuelo se le apareció en un sueño a uno de mis primos más jóvenes y le dijo, "Estoy enterrado en Jeong-seon, en la provincia de Kang-won”. Fuimos a la dirección recibida en el sueño y descubrimos que había fallecido nueve años antes de eso. Encontramos el montículo de la tumba cubierto de maleza. Tuve que trasladar sus restos a Paju, en la provincia de Kyounggi, cerca de Seúl.

En los años siguientes a la liberación de Corea bajo el colonialismo del Japón en 1945, los comunistas de Corea del Norte asesinaban a ministros cristianos y a combatientes independentistas en forma indiscriminada. El tío abuelo Yun Guk, temiendo que su presencia pudiese causarle daño a la familia, escapó de los comunistas cruzando hacia el sur del paralelo 38, bajando hacia Jeong-Seon, sin que nadie de nuestra de la familia supiera en lo más mínimo de ello. Allí en profundidad de las montañas de Jeong-Seon sobrevivía vendiendo pinceles y más tarde abrió un taller de estudio de caracteres chinos. Según sus discípulos, periódicamente disfrutaba de componer espontáneamente poemas en chino. Sus estudiantes transcribieron unos 130 poemas, incluido el siguiente:

La Paz entre el Norte y el Sur
南北 平和
Diez años han pasado desde que salí de casa para ir al sur
在前 越南
El flujo del tiempo acelera el blanco de mi cabello
流水 光阴
Me gustaría regresar al norte, pero ¿cómo?
故园
Lo que pretendía ser una breve estadía se ha prolongado
Vistiendo ropa de cáñamo de verano
Me ventilo con un abanico de seda y me preocupa lo que el otoño traerá
纨扇 动摇
La paz entre Sur y Norte se acerca
南北 平和
Los niños esperan bajo el alero,
儿女
No necesitan preocuparse tanto
Aunque estaba separado de su familia y viviendo en Jeong-Seon, una tierra desconocida para él en todos los sentidos, el corazón del tío abuelo Yun-Guk estaba lleno de preocupaciones por su país. También dejó esta frase:

"!厥初 立志 私欲 一毫"
“Una vez que te pongas una meta, prométete mantener el más alto estándar; no te permitas el más mínimo deseo personal”
Las contribuciones de mi tío abuelo al movimiento de la independencia fueron reconocidas póstumamente por el gobierno de la República de Corea; en el año 1977 con el Premio Presidencial y en 1990 con la Orden de Mérito de la Fundación Nacional. Aun recito a veces esos versos embebidos en su corazón de amor por el país, aun en medio de intensas tribulaciones.
Cuanto más envejezco, más pienso el tío abuelo Yun Guk. Sus sentimientos de preocupación por el país penetran mi corazón. Le he enseñado a nuestros miembros la canción DaeHanJiRiGa (Canto a la geografía de Corea), cuya letra fue escrita por él. Cuando la canto, desde el Monte Baek Tu hasta el Monte Halla, siento un gran alivio interior y es también con esa sensación que nuestros miembros la disfrutan.
Canto a la geografía de Corea

La península de Corea emerge en el Oriente
Se afianza en el corazón los tres países orientales.
Al Norte, las extensas llanuras de Manchuria
Al Este, el profundo y azul mar Oriental,
Al Sur, un mar de islas,
Al Oeste, el profundo y calmo Mar Amarillo
Productos de los mares apilados en sus tres lados,
Nuestro tesoro es la variedad de sus peces.
El imponente Monte Paektu se erige al norte
Suministrando aguas a los ríos Amrok y Tumen
Que fluyen a los mares del este y el oeste
Delineando un nítido borde con los Soviéticos
El Monte Kumgang brilla en el centro,
Una reserva para el mundo, orgullo de Corea.
El Monte Halla se eleva sobre el azul del Mar del Sur
Un hito para los pescadores marinos.
Las cuatro praderas de Daedong, Hangang, Geumgang, y Jeonju
Alimentan y visten a nuestro pueblo.
Las cuatro minas de Woonsan, Soonan, Gaecheon, y Jaeryung
nos dan los tesoros de la Tierra.
Las cuatro ciudades de Kyungsung, Pyongyang, Daegu y Kaesung brillar sobre la tierra
Los cuatro puertos de Busan, Wonsan, Mokpo y Inchon
Acogen a las naves extranjeras.
Los ferrocarriles se expanden desde Kyungsung,
Conectando las dos líneas principales de Kyung-Eui y Kyung-Bu
Los ramales de Kyung-Won y Honam van de norte a sur,
Cubriendo la península.
Nuestros sitios nos cuentan historia.
Pyongyang, y la ciudad de 2.000 años de Dangun,
Kaesung, capital del reino de Koryo,
Kyungsung, por 500 años capital del reino de Chosun,
Kyungju, resplandeciendo 2.000 años de cultura del reino de Shilla, cuna de Pak Hyuk-ko-sai,
Chungchong tiene a Buyo,
la capital histórica del reino de Paekche.
Hijos de Corea abriendo caminos al futuro, las olas de
de la civilización lavando nuestras costas.
¡Salid de las colinas, y marchad hacia adelante con
ímpetu hacia el mundo del futuro!

Un niño testarudo que nunca se daba por vencido

Si bien mi padre era bueno prestándole dinero irrecuperable a la gente; no era bueno a la hora de cobrarlo. Por otra parte, si pedía dinero prestado, honraría el compromiso firmado, aun si tenía que vender las vacas de la familia o remover una de las columnas de nuestra casa y venderla en el mercado. Él siempre decía: "Una pequeña artimaña no puede cambiar la verdad. Lo verdadero no se deja avasallar por un pequeño engaño; todo lo que surja de un engaño, tarde o temprano sale a la luz." Mi padre era corpulento, tan fuerte que no le costaba subir un tramo de escaleras cargando una bolsa de arroz sobre sus hombros. El hecho de que yo, a la edad de noventa años, todavía pueda viajar por el mundo y mantenerme activo, es gracias al físico que heredé de mi padre.

Mi madre, cuyo himno cristiano favorito era "Higher Ground" (“La Tierra más Elevada”), también fue una mujer impetuosa. He sacado de ella no sólo su amplia frente y su rostro redondo, sino también su carácter directo y su espíritu optimista. También tengo un toque de testarudez y, sin duda alguna, soy hijo de mi madre.

Cuando era niño, tenía el apodo de “Jaru Uri”(llorón de un día). Me gané ese apodo porque una vez que comenzaba a llorar no paraba en todo el día. Cuando lloraba, lo hacía tan fuerte que la gente pensaba que algo terrible había ocurrido. Los que estaban durmiendo salían a ver qué sucedía. No era que yo llorase sentado, de ninguna manera; yo saltaba por toda la habitación y armaba un lío. Saltaba contra las paredes y objetos de la habitación, lastimándome todo el cuerpo al punto de dejar manchas de sangre. Desde niño tenía un aspecto de mi personalidad que era intenso.

Una vez que me determinaba a algo jamás me rendía, aunque terminase con algún hueso quebrado. Por supuesto que todo eso fue antes de yo madurar. Cuando mi madre me regañaba por haber hecho algo incorrecto, yo le retrucaba: "¡No, de ninguna manera!" Todo lo que tenía que hacer era admitir que estaba equivocado, pero yo prefería morirme antes que pronunciar esas palabras. Mi madre también tenía un carácter muy fuerte.
Ella me castigaba y me decía “¿Cómo te atreves a responderle a tu madre?” Una vez me golpeó tan fuerte que me noqueó, pero cuando me recuperé, tampoco cedí a ella, que se quedó frente a mí llorando a gritos. Aun así, yo no admitía que estaba equivocado. Mi espíritu combativo era tan fuerte como mi terquedad. No soportaba perder, en ninguna situación. Los adultos de la villa decían: “Una vez que el Ojos Pequeños se decide a hacer algo, lo hace”

No recuerdo cuántos años tenía cuando un muchacho me dejó la nariz sangrando y huyó. Después de lo sucedido me pasé todo un mes frente a su casa, esperando a que saliera, hasta que finalmente los padres del muchacho se disculparon conmigo y encima me dieron un paquete de galletas de arroz. No significa que siempre tratase de ganar por obstinación. Físicamente yo era más grande y más fuerte que los otros niños de mi edad; ninguno de ellos podía ganarme una pulseada. Una vez perdí una pelea con un chico tres años mayor que yo, y quedé tan mortificado que lo soportaba; de modo que cada noche me iba a una montaña cercana, le quité la corteza a un árbol de acacia y me entrené en él para luego de seis meses poder derrotar al niño.

Nuestra familia siempre ha dado nacimiento a muchos hijos. Yo tenía un hermano mayor, tres hermanas mayores y tres hermanas menores. Era realmente bueno tener tantos hermanos, y si nos reuníamos con nuestros primos cercanos y lejanos éramos tantos que sentíamos que podíamos hacer cualquier cosa. Con el paso del tiempo, me siento como si me hubiese quedado solo en el mundo.

Hacia fines del año 1991 hice una corta visita a Corea del Norte y fui a mi ciudad natal por primera vez en 48 años; allí me enteré que mi madre y la mayoría de mis hermanos habían fallecido. Sólo una hermana mayor y una hermana menor aun vivían. Mi hermana mayor, quien había sido como una madre para mí cuando yo era niño, se había convertido en una abuela de más de setenta años. Mi hermana menor, a quien recordaba tan simpática, ya tenía más de sesenta años y su rostro estaba cubierto de arrugas. Cuando éramos niños molestaba mucho a mi hermana menor. Yo le gritaba: "¡Eh, Hyo Seon, te vas a casar con un cíclope!", y ella me respondía: "¿Qué dijiste? ¿Qué te hace pensar que ya lo sabes?" Entonces me corría y me golpeaba la espalda con sus pequeños puños.
El año en que cumplió 18, Hyo Seon tuvo una cita con vistas al matrimonio, arreglada por una de nuestras tías. Esa mañana se levantó temprano, peinó su cabello y se maquilló el rostro; limpió nuestra casa a fondo por dentro y por fuera, y esperó a que su posible novio llegara.

"Hyo Seon," le dije para tomarle el pelo, "¿tantas ganas tienes de casarte?"

Eso la hizo sonrojarse, y todavía recuerdo lo hermosa que estaba con el rubor que se dejaba ver debajo del polvo blanco. Ya han pasado más de diez años desde que visité Corea del Norte y me enteré que mi hermana mayor, que tan melancólicamente lloraba al verme, ya falleció, dejando sola a mi hermana menor, lo que me llena de una congoja tal que siento como si mi corazón se fuese a derretir.

Yo tenía habilidad con las manos y solía confeccionarme las medias y la ropa. Cuando hacía frío enseguida me hacía una gorra. Lo hacía mejor que las mujeres, y hasta les enseñaba a mis hermanas mayores. Una vez tejí una bufanda para Hyo Seon. Mis manos eran grandes y gruesas como la garra de un oso, pero me gustaba coser y hacerme la ropa interior. A veces tomaba un trozo de tela, lo doblaba a la mitad, realizaba los cortes según el diseño adecuado, lo cosía, me lo ponía y me quedaba a la medida justa. Una vez le hice un par de calcetines tradicionales de Corea para mi madre y ella expresó cuánto le gustaron diciendo: "Bueno, bueno, y yo pensando que el segundo hijo sólo se la pasaba jugando, pero miren, me quedan perfectamente".

Además de Hyo Seon tuve cuatro hermanos menores. Mi madre tuvo trece hijos, pero cinco no sobrevivieron. Su corazón debe haber estado profundamente atormentado. Debe haber sufrido mucho al tener que criar a tantos hijos en una situación poco holgada. En aquellos días, se necesitaba hilar telas de algodón como parte de los preparativos para el matrimonio de un hijo o una hija. Mi madre tomaba el algodón de las plantas, lo colocaba en la rueca e hilaba cada hebra. Esto se llamaba to-kkaeng-i en dialecto de la provincia de Pyung-an. Cada vez que un hijo se casaba, una tela de algodón tan suave y bella como el satén sería creado por las ásperas manos de mi madre. Sus manos trabajaban increíblemente rápido; otros podían hilar unas tres o cuatro piezas del material to-ggaeng-i en un día, mientras que mi madre podía hilar hasta veinte. Cuando estaba muy apurada para completar los preparativos del matrimonio de una de mis hermanas mayores, fue capaz de hilar un rollo entero de tela en un día. Mi madre tenía una personalidad impaciente; una vez que se determinaba a hacer algo, trabajaba con rapidez para consumarlo. En eso me parezco a ella.

Desde la infancia, siempre he disfrutado comer una gran variedad de alimentos. Cuando era niño, me gustaba comer maíz, pepino crudo, patata cruda y frijoles crudos. En una ocasión en que visitamos a mi familia materna que vivía a unos 8 km de nuestra casa, me percaté de algo redondo que crecía en el campo; pregunté qué era, y me respondieron que era "ji-gwa," o "fruta de la tierra". En ese vecindario, la gente se refería a las patatas dulces como la "fruta de la tierra". Alguien desenterró una y la cocinó para mí al vapor, así que me lo comí. Tenía un sabor tan delicioso que llené una cesta y me las comí todas. A partir del año siguiente, no podía mantenerme lejos de la casa de mi familia materna por más de tres días. Yo gritaba, "Mamá, voy a salir un rato," corría hasta donde ellos vivían, y comía patatas dulces.

En mi pueblo natal, en mayo, había lo que llamábamos "el paso de la patata". Sobrevivíamos al invierno con patatas, hasta que llegase la primavera y pudiésemos comenzar la cosecha de la cebada. Mayo era un período crítico, porque si nuestro almacén de patatas se agotaba antes que la cebada pudiera cosecharse, la gente comenzaba a morir de hambre. Sobrevivir a la época en la cual los almacenes de papa se iban agotando, y la cebada aún no se podía cosechar, se parecía a subir una montaña empinada, por eso lo llamaban "el paso o la cima de la patata".

La cebada que comíamos en aquel tiempo no era la de grano laminado y sabroso que conocemos hoy; los granos eran de forma cilíndrica, pero eso estaba bien para nosotros. Para poder cocinar la cebada, teníamos que dejarla dos días en remojo. Cuando nos sentamos a comer, yo presionaba la cebada con mi cuchara, tratando de hacer que los granos se pegaran, pero eso no servía de nada. El resultado era que se dispersaban como si fueran granos de arena. Yo lo mezclaba con pasta de judías rojas (cochujang) y tomaba un bocado. Al masticar, los granos de cebada seguían saliéndose por entre los dientes, por lo que tenía que mantener la boca bien cerrada.

También solíamos atrapar y comer ranas de árbol. En aquellos días en las zonas rurales, a los niños con sarampión se les alimentaba con ranas de árbol, y sus rostros quedaban delgados por la pérdida de peso. Solíamos atrapar tres o cuatro de estas ranas que estuvieran bien grandes y con bastante carne en las patas; las asábamos y envolvíamos en hojas de calabacín, por lo quedaban muy tiernas y sabrosas, como si hubieran sido cocidas al vapor en una arrocera. Hablando de cosas sabrosas, tampoco puedo olvidar la carne de gorrión y de faisán. Recorriendo las colinas y los campos, fue como llegué a comprender que había abundancia de alimentos en la naturaleza, brindada por Dios.

Amar a la naturaleza para aprender de ella

Mi personalidad era tal que tenía que saber todo de cada cosa que veía; yo no podía pasar algo por encima, conocerlo de manera superficial, no; yo comenzaba a pensar, "Me pregunto cuál es el nombre de esa montaña. Me pregunto qué está allá arriba". Y tenía que ir y verlo yo mismo. Cuando todavía era un niño, subí a las cimas de todas las montañas que se encontraban dentro de un radio de 20 li (8 km) de nuestra casa. Fui por todas partes, incluso más allá de las montañas. De esa manera, cuando veía que una montaña brillaba con la luz de la mañana, podía ver en mi mente lo que había en ella y contemplarlo a gusto. Odiaba siquiera ver lugares que no conocía, yo tenía que saberlo todo sobre lo que podía ver, e incluso lo que estaba más allá. De lo contrario, mi mente se tornaba más inquieta de lo que podía soportar.

Cuando iba a las montañas, me gustaba tocar todas las flores y los árboles. Yo no estaba satisfecho con sólo ver las cosas con mis ojos, tenía que tocar las flores, olerlas, e incluso colocarlas en mi boca y masticarlas. Disfrutaba tanto las fragancias, el tacto y el gusto que no me habría importado si alguien me hubiera dicho que metiera la nariz y la dejara ahí durante todo el día. Yo amaba tanto a la naturaleza que cada vez que salía me pasaba el día paseando por las colinas y los campos y olvidaba que tenía que regresar a casa. Cuando mis hermanas mayores iban a las colinas a recoger verduras silvestres, yo les señalaba el camino colina arriba y escogía las plantas. Gracias a esta experiencia, sé mucho acerca de muchos tipos de vegetales silvestres que saben bien y que tienen alto valor nutritivo. Estaba particularmente encariñado con un miembro de la familia del girasol llamada sseum-ba-gwi (nombre científico: ixeris dentata). Lo podías mezclar con pasta de frijoles sazonados y colocarlo en un plato de gochujang bibimbap, y el sabor sería maravilloso. Cuando uno come sseum-ba-gwi, tiene que colocarlo en su boca y contener la respiración por unos segundos. Este es el tiempo que tarda el sabor amargo en desaparecer y en aflorar otro diferente, un sabor dulce. Es importante lograr el ritmo correcto para disfrutar del maravilloso sabor de la sseum-ba-gwi.

También me gustaba trepar a los árboles. Por lo general, subía a un enorme árbol de castaño de 200 años de edad que estaba en nuestro patio. Me gustaba la vista desde las ramas superiores de aquel árbol; la cual rebasaba la entrada de la aldea. Una vez en el tope, no quería bajarme. En ocasiones me encontraba subido en el árbol hasta bien entrada la noche, y la menor de mis hermanas mayores salía y armaba un alboroto acerca de lo peligroso que era e intentaba persuadirme para que me bajara.

"Yong-myung, por favor, bájese de ahí", decía. "Es tarde, y tiene que venir a acostarse a dormir."

"Si me da sueño, puedo dormir aquí".

No importaba lo que argumentara, yo no me movía de mi rama en el árbol de castaño. Finalmente, perdía la paciencia y me pegaba un grito.

"¡Oye, mono! ¡Bájate de ahí, ahora mismo!"

Quizá la razón que me gustara tanto trepar los árboles sea haber nacido en el año del mono. Cuando las rebabas de castañas colgaban en racimos, yo tomaba una rama rota y saltaba una y otra vez golpeándolas para derribarlas. Recuerdo que eso era muy divertido, y me da lástima que los niños de estos días no crezcan en el campo y experimenten este tipo de diversión.

Las aves que volaban libremente por el cielo también eran objeto de mi curiosidad. De vez en cuando pájaros particularmente hermosos pasaban por aquí, y trataba de saber todo lo que pudiera acerca de ellos, como distinguir al macho de la hembra. En ese entonces no había libros con información acerca de los diferentes tipos de árboles, arbustos y aves, de manera que tenía que examinarlos yo mismo uno por uno. A menudo, me saltaba una comida, porque me encontraba explorando las montañas en busca de los lugares adonde iban las aves migratorias. Una vez, me encaramaba y me bajaba de un árbol cada mañana durante varios días seguidos para observar un nido de urraca. Yo quería ver cómo una urraca pone sus huevos. Finalmente, llegué a presenciar a la urraca poniendo sus huevos, y, a la vez, me hice amigo del ave.

Las primeras veces, la urraca emitía un fuerte graznido y armaba un gran alboroto cuando notaba que me acercaba. Posteriormente, sin embargo, podía acercarme y se quedaba tranquila.

Los insectos de la zona también eran mis amigos. Cada año, a finales del verano, una chicharra de color claro cantaba en las ramas altas de un árbol de níspero que estaba justo afuera de mi habitación. Cada fin de verano, agradecía cuando los irritantes e intensos sonidos de los otros tipos de chicharras que hacían ruido durante todo el verano, repentinamente cesaban y eran reemplazados por el canto de la chicharra de color claro. Su canción me hacía saber que la temporada del húmedo verano pronto pasaría, y que el fresco de otoño le seguiría.

Su sonido era algo así: "Sulu Sulululululu!"

Cada vez que oía cantar así a la chicharra de color claro, miraba hacia la parte alta del árbol de níspero y pensaba: "Por supuesto, el tiempo que va a cantar, tiene que cantar desde un lugar alto para que todos en el pueblo puedan escucharla y sentir alegría. ¿Quién podría escucharla, si lo hiciera dentro de un pozo?

Pronto me di cuenta que tanto las chicharras de verano y las de color claro hacían sonidos para el amor.

Ya sea que cantaran, "Mem mem mem" o "Suluk suluk", estaban haciendo sonidos con el fin de atraer a su pareja. Una vez que me di cuenta de esto, no podía dejar de reír cada vez que escuchaba a un insecto iniciar su canto.

"Oh, ¿usted quiere amor, no? Adelante, cante, y encuentre una buena pareja".

Poco a poco, aprendí a establecer una relación de amistad con cada parte de la naturaleza, de manera que pudiéramos compartir nuestros corazones unos con otros.

La costa del Mar Amarillo estaba a apenas unos 10 li (4 km) de nuestra casa; lo suficientemente cerca como para que yo pudiera verla fácilmente desde cualquier lugar alto cerca de nuestra casa. Había una serie de pozos de agua a lo largo de la ruta de acceso al mar, y un arroyo que fluía entre ellos. A menudo excavaba alrededor de los pozos que tuvieran un olor como añejo para atrapar anguilas y cangrejos de lodo de agua dulce. Solía hacer agujeros en la periferia de todos los tipos de lugares para poder atrapar diferentes tipos de vida acuática y así saber dónde vivía cada uno. A la anguila, por naturaleza, no le gusta acostarse sobre su cara, por eso se mete y se esconde dentro de un hueco; sin embargo, a veces el cuerpo entero no le cabe dentro del hoyo, por lo que una parte de la cola queda afuera. Por esta razón, se me hacía muy fácil atraparlas, simplemente las halaba por la cola. Las anguilas escondían sus largos cuerpos en los agujeros de cangrejo y en otros lugares similares, pero con mucha frecuencia les quedaba la cola afuera. Si llegaba una visita a casa y querían comer anguila al vapor, a mí no me costaba nada recorrer los 15 li (6 km) hasta los pozos de agua y traer unas cinco anguilas. Durante las vacaciones de verano, podía atrapar más de 40 anguilas en un día.

Había una tarea que no me gustaba hacer, que era alimentar a la vaca. A menudo, cuando mi padre me pedía que alimentara la vaca, yo agarraba y la llevaba al prado de la aldea vecina, en donde la ataba y salía corriendo. Después de correr un rato, me empezaba a preocupar por la vaca; volteaba y podía ver que todavía estaba allí, justo donde la había amarrado. Sólo se quedaba allí, la mitad del día o más, mugiendo y esperando que alguien viniera a alimentarla. Cuando escuchaba el mugido de la vaca a cierta distancia, me sentía mal por ella y pensaba "¡Caramba, esa vaca! ¿Qué voy a hacer con ella?" Quizá puedan imaginarse cómo me sentía al ignorar el mugido de la vaca. Con todo esto, cuando regresaba a ella en la noche, no estaba enojada, ni trataba de herirme sus cuernos. Por el contrario, parecía feliz de verme. Esto me hacía darme cuenta que la perspectiva de una persona con respecto a un objetivo importante en la vida debe ser como la de una vaca: hay que esperar (aguantar) el tiempo necesario con paciencia que algo bueno le llegará.

Había un perro en casa que quería mucho. Era tan inteligente que, cuando llegaba el momento en que yo volvía a casa desde la escuela, corría a verme cuando yo aún estaba muy lejos. Cada vez que me veía y mostraba su alegría yo le acariciaba la espalda con mi mano derecha; de manera que, cuando esto ocurría estando él de mi lado izquierdo, daría la vuelta hasta mi lado derecho y frotaría su carita contra mí, rogando ser acariciado. Entonces, con mi mano derecha, le acariciaba la cabeza y la espalda; si no lo hacía, gimoteaba y corría en círculos a mi alrededor mientras yo bajaba por la carretera.

"Bandido", le decía. "Tú sabes de amor, ¿no? ¿Te gusta el amor?"

Los animales saben de amor. ¿Alguna vez han visto una mamá gallina sentada sobre sus huevos hasta que nacen? La gallina mantiene sus ojos bien abiertos y patea contra el suelo para que nadie se le acerque. Yo entraba y salía del gallinero, sabiendo que eso haría enojar a la gallina. Cuando entraba al gallinero, la gallina estiraba el cuello en son de amenaza. Y yo, en lugar de retroceder, también actuaba con actitud amenazante hacia ella. Después de entrar varias veces al gallinero, la gallina fingía no estarme viendo; sin embargo, se mantenía erizada con las uñas largas y afiladas. Parecía que quería saltar y atacarme, pero no podía moverse por los huevos. Por ello, se quedaba sentada allí, angustiada. Yo me acercaba y le tocaba sus plumas, pero no se movía. Parecía que estaba decidida a no moverse de ese lugar hasta que los huevos hayan nacido, incluso si eso significa dejar que alguien arrancara todas las plumas en su pecho. Debido a que estaba tan firmemente unida a sus huevos por su amor, la gallina tiene una autoridad que incluso impide al gallo de hacer lo que quiera. La gallina comanda la autoridad completa sobre todas las cosas bajo el cielo, como si dijera: "No me importa quién sea. Es mejor que no perturbe los huevos!"

Hay también una demostración de amor cuando un cochino da a luz a los cochinitos. He seguido a una mamá cochino para poder presenciar cuando da a luz a su camada. En el momento del nacimiento, la mamá cochino da un impulso emitiendo un fuerte gruñido, y un cerdito se desliza hasta el suelo; seguidamente, emite otro gruñido fuerte, y un segundo cochinito sale. Es similar a la manera como ocurre con los gatos y los perros. Me sentía muy feliz al ver a estos animales bebé que ni siquiera habían abierto sus ojos venir al mundo. No podía controlar la risa de tanta alegría.

Por otra parte, sentía una gran angustia al presenciar la muerte de un animal. Había un matadero cerca de la aldea; una vez que una vaca se encontraba en el interior del mismo, un carnicero aparecía de la nada y golpeaba a la vaca con un martillo de hierro más o menos del tamaño del antebrazo de una persona. La vaca caía; y seguidamente, era despojada de su piel, y sus piernas cortadas. La vida se aferra tan desesperadamente que el resto de los tocones que quedaban en la vaca después que sus piernas habían sido cortadas seguían estremeciéndose. Lágrimas inundaban mis ojos al ver esto y un fuerte grito salía de mi boca.

Desde que era niño, he tenido cierta peculiaridad, puedo saber cosas que otros no saben, como si tuviera alguna capacidad paranormal. Si decía que iba a llover, entonces, con seguridad llovía. Yo podía estar sentado en nuestra casa y decir, "El señor tal de la aldea vecina no se siente bien hoy." Y siempre sería así. Desde que tenía ocho años, yo era bien conocido como un casamentero campeón. Con solo ver las fotografías de una futura novia y novio, me daba cuenta de todo. Si decía, "Este matrimonio no es bueno", y de todos modos se casaban, siempre se rompería más tarde. He estado haciendo esto hasta los noventa años de edad, y actualmente puedo decir todo acerca de una persona sólo con ver la forma como se sienta o como se ríe.

Si concentraba mis pensamientos, podía saber lo que mi hermana mayor estaba haciendo en un momento determinado. Así, a pesar que mis hermanas mayores me querían, también me temían. Sentían que yo sabía todos sus secretos. Puede parecer que tengo algún poder paranormal increíble, pero en realidad no es nada para sorprenderse. Hasta las hormigas, que a menudo vemos como criaturas insignificantes, pueden saber cuándo se acerca la temporada de lluvias, y se trasladan adonde puedan permanecer secas. La gente también debería ser capaz de saber lo que se avecina, no es algo tan difícil.

Uno puede saber hacia dónde va a soplar el viento con sólo observar cuidadosamente el nido de una urraca. Una urraca pondrá la entrada de su nido en el lado opuesto de la dirección desde donde va a soplar el viento. Toma las ramas en su pico y las teje de manera compleja, para luego recoger barro con el pico y aplicarlo desde la parte superior hasta parte inferior del tejido para que la lluvia no entre en lo que ya es un nido. Esta ave arregla los extremos de las ramas de forma que todas tengan la misma dirección. De igual manera como una canal re direcciona la lluvia que cae en un techo, esto hace que la lluvia fluya hacia un solo lugar. Las urracas tienen tal sabiduría para ayudarlos a sobrevivir, así que ¿no sería natural que la gente también tenga este tipo de capacidad?

Si estaba en un mercado de vacas con mi padre, podía decir: "Padre, no compre esa vaca; una buena vaca debe tener buen aspecto en la nuca, y patas delanteras fuertes; debe tener firmes el trasero y la espalda. Y esa vaca no es así“. Con seguridad, esa vaca no se vendía. Mi padre decía: "¿Cómo sabes todo esto?" y yo respondía: "Lo he sabido desde que estaba en el vientre de mi madre." Por supuesto, sólo bromeaba.

Si uno ama a las vacas, puede saber mucho acerca de ellas. La fuerza más poderosa del mundo es el amor, y la más temible son una mente y un cuerpo unidos. Si usted se calma y concentra su mente, hay un lugar profundo, donde la mente es capaz de clarificarse. Se necesita dejar la mente ir a ese lugar. Cuando usted pone su mente en ese lugar y se queda dormido, cuando despierta estará extremadamente sensible. Ese es el momento en que debe rechazar todos los pensamientos extrínsecos y enfocar su conciencia. Luego, será capaz de comunicarse con todo. Si no me cree, inténtelo ahora mismo. Cada forma de vida en el mundo trata de conectarse con aquello que le brinda más amor. De manera que si alguien tiene algo que no ama verdaderamente, entonces su posesión o dominio es falso, y se verá obligado a renunciar a ello.

Hablar sobre el universo con los insectos

Pasar tiempo en el bosque limpia la mente. El sonido de las hojas crujiendo en el viento, el sonido del viento soplando entre los bejucos, el sonido del croar de las ranas en los estanques. Lo único que se puede escuchar son los sonidos de la naturaleza. Los pensamientos extraños no invaden la mente. Si uno vacía la mente y recibe a la naturaleza dentro con todo su cuerpo, no queda separación entre uno y la naturaleza. La naturaleza entra en uno, y uno queda en completa unicidad con la naturaleza. En el momento en que la frontera entre uno y la naturaleza desaparece, se tiene una profunda sensación de alegría. Entonces la naturaleza es uno, y uno es la naturaleza.

Siempre he atesorado tales experiencias en mi vida. Incluso ahora, cierro los ojos y entro en un estado en el cual soy uno con la naturaleza. Algunos llaman a este fenómeno anātman, o "no-ser-uno-mismo", pero para mí es mucho más que eso, porque la naturaleza entra y se instala en ese lugar que se ha hecho vacío. Mientras estoy en ese estado, escucho los sonidos que la naturaleza me entrega. Los sonidos de los pinos, los sonidos de los insectos... Y nos hacemos amigos. Yo podía ir a un pueblo y saber, sin conocer a nadie, la disposición de las mentes de las personas que lo habitaban. Yo iba al prado del pueblo y pasaba la noche allí, para escuchar a las cosechas de esos campos. De esta manera podía saber si las cosechas estaban tristes o felices, y el tipo de personas que allí vivía.

La razón por la cual podía estar en la cárcel en Corea del Sur y en los Estados Unidos, e incluso en Corea del Norte, y no sentirme solo y aislado es que, incluso en la cárcel, podía escuchar el sonido del viento y hablar con los insectos que estaban allí conmigo.

Me pueden preguntar, "¿De qué habla con los insectos?" Incluso el más pequeño grano de arena contiene los principios del mundo, e incluso una mota de polvo que flota en el aire contiene la armonía del universo. Todo cuanto nos rodea se originó, nació, gracias a la combinación de fuerzas tan complejas que ni siquiera las podemos imaginar. Dichas fuerzas están estrechamente relacionadas entre sí, nada en el universo ha sido concebido fuera del corazón de Dios. El movimiento de una sola hoja lleva en sí mismo el aliento del universo.
Desde niño, he tenido un don de poder resonar con los sonidos de la naturaleza mientras transito las colinas y praderas. La naturaleza crea una armonía única, y produce un sonido que es magnífico y hermoso; nadie trata de exhibirse y nadie es ignorado; sólo hay una armonía suprema. Siempre que he estado en dificultades, la naturaleza me ha consolado; siempre que he caído en la desesperación, ella me puso de nuevo en pie. En la actualidad, los niños son criados en zonas urbanas y no tienen la oportunidad de familiarizarse con la naturaleza, pero desarrollar sensibilidad hacia la naturaleza es ciertamente más importante que desarrollar el conocimiento. ¿De qué sirve proveer de educación universitaria a un niño que no puede sentir la naturaleza en su ser íntimo y cuya sensibilidad está adormecida? En la mayoría de los casos, una persona así sólo albergará conocimientos que se fijarán aquí y allá y se convertirá en una persona individualista y que adora los bienes materiales.

Necesitamos sentir la diferencia entre el sonido de la lluvia de primavera que cae como un suave susurro y la de la lluvia de otoño que cae con chasquidos y crujidos. Es sólo la persona que puede disfrutar la resonancia con la naturaleza de la que puede decirse que tiene buen carácter. Un diente de león floreciendo a un lado de la carretera es más valioso que todo el oro del mundo. Tenemos que tener un corazón que sepa amar a la naturaleza y a la gente. Cualquier persona que no pueda amar a la naturaleza o a la gente no es capaz de amar a Dios. Todo en la creación encarna a Dios en el nivel simbólico, y los seres humanos son seres sustanciales creados a imagen de Dios. Sólo una persona que puede amar a la naturaleza puede amar a Dios.

"Japoneses, Vuelvan a su País"

Esto no quiere decir que pasé todo el tiempo vagando por las colinas y praderas y jugando; también trabajé duro ayudando a mi hermano mayor a operar la granja. En una granja hay muchas tareas que deben completarse durante una temporada en particular; hay que arar los campos de arroz, trasplantar las plántulas de arroz y arrancar las malezas. Cuando se trata de arrancan las malezas, lo más difícil era eliminarlas de un campo de mijo. Después que se siembran las semillas, los surcos deben ser limpiados de malezas por lo menos tres veces, y este es un trabajo demoledor, especialmente de la espalda; cuando terminábamos, no podíamos enderezarla por un rato. Las patatas dulces no tienen buen sabor si se siembran en arcilla, necesitan ser plantadas en una mezcla de un tercio de arcilla y dos tercios de arena si se desea producir las patatas dulces más gustosas. Ayudando en la granja, aprendí lo que se necesitaba para hacer frijoles y cultivarlos bien, cuál era el mejor tipo de suelo para la soja y cuál era mejor para el frijol rojo. Yo soy el agricultor entre los agricultores.

Para trasplantar las plántulas de arroz, tomábamos un palo con 12 marcas espaciadas por exactamente la misma distancia para indicar dónde irían las filas, y lo colocábamos a lo ancho del campo. Entonces dos personas caminaban a lo largo del palo y cada una plantaba seis hileras de plantas de semillero. Posteriormente, cuando fui a la parte sur de Corea, vi que ellos ponían una cuerda a lo largo del campo de arroz y docenas de personas rociaban por todas partes; parecía una manera muy ineficiente de hacerlo. Lo que yo hacía era abrir las piernas al doble del ancho de mis hombros para poder sembrar las plantas de semillero más rápidamente, y así fue como lograba ganar suficiente dinero durante la temporada de siembra de arroz para cubrir por lo menos mis propios estudios.

Cuando cumplí diez años, mi padre me hizo asistir a una escuela tradicional en nuestro pueblo, donde un anciano enseñaba a los clásicos chinos. En esa escuela, lo único que teníamos que hacer era memorizar un librito cada día. Yo me concentraba y completaba la memorización en media hora. Si tenía la oportunidad de pararme frente al maestro de la escuela y recitarle la lección de ese día, daba por completado el día. Si el maestro se quedaba dormido por la tarde, me iba de la escuela a las montañas y las praderas. Mientras más tiempo pasaba en las colinas, más sabía dónde encontrar plantas comestibles. Había momentos en que comía tanto de dichas plantas que podía saltarme las comidas y dejaba de almorzar en casa.

En la escuela, leíamos las Analectas de Confucio y las obras de Mencio, y nos enseñaban los caracteres chinos. Yo me destaqué en la escritura, y para el momento en que tenía doce años el maestro me indicaba que hiciera el modelo de los caracteres para que otros estudiantes los aprendieran. En realidad, yo quería asistir a una escuela formal, no a la escuela tradicional de la aldea. Sentía que no debería estar simplemente memorizando a Confucio y a Mencio, cuando otros estaban construyendo aviones. Esto ocurrió en abril, y mi padre ya había pagado la matrícula de mi año completo por adelantado. A pesar saber eso, decidí dejar la escuela del pueblo y trabajé para convencer a mi padre me enviara a una escuela formal. Trabajé para convencer a mi abuelo, e incluso a mi tío. Para transferirme a la escuela primaria, tuve que presentar un examen. Para estudiar para ese examen, tuve que asistir a una escuela preparatoria. Convencí a uno de mis primos más jóvenes de ir conmigo, y ambos entramos en la Escuela Preparatoria Wonbong y comencé mis estudios para tomar el examen que me permitiría ser transferido a la escuela primaria.

El año siguiente, cuando tenía 14 años, pasé el examen y fui transferido al tercer grado de la Escuela de Osan. El inicio fue tardío, pero estudié mucho y pude saltar el quinto grado. La Escuela de Osan quedaba a 20 li (8 km) de nuestra casa, pero nunca falté ni un día o llegué tarde a la escuela. Cada vez que subía una colina camino a la escuela, un grupo de estudiantes esperaba por mí; yo caminaba tan rápidamente, que les costaba mantener mi paso. Esa era la forma como viajaba por ese camino montañoso que se rumoreaba era lugar donde a veces aparecían tigres.
    
La Escuela de Osan era una escuela nacionalista fundada por Yi Sunghun, miembro activo del movimiento de independencia. No sólo no se enseñaba japonés, sino que los estudiantes tenían prohibido hablarlo. Yo tenía una opinión diferente con respecto a esto, más bien sentía que teníamos que saber de Japón para poder derrotarlo. Por esta razón, tomé otro examen de transferencia y entré en el cuarto grado de la Escuela Pública Normal de Jungju. En las escuelas públicas, todas las clases eran en japonés, entonces pude aprender de memoria katakana y hiragana la noche antes de mi primer día de clase. Yo no sabía nada de japonés, entonces tomé todos los libros de texto desde primero hasta cuarto grado y los memoricé en el transcurso de dos semanas. Finalmente, comencé a ser capaz de comprender el idioma.

Cuando me gradué en la escuela pública normal, hablaba japonés fluidamente. El día de mi graduación, me ofrecí para dar un discurso ante una audiencia compuesta por todas las personas importantes de Jungju. Normalmente en esa situación, se espera que el estudiante exprese su gratitud por el apoyo que recibió de sus maestros y de la escuela. En su lugar, hice referencia a cada uno de mis maestros por su nombre y los critiqué, y luego señalé problemas generados por la forma como era conducida la escuela. Después hablé acerca del tipo de determinación que tiene que tener la gente que ocupa posiciones con cierta responsabilidad en ese momento de la historia. Este discurso lo pronuncié completamente en japonés.

"Los japoneses deben hacer sus maletas lo más pronto posible y volver a Japón", dije. "Esta tierra fue entregada a nosotros por nuestros antepasados, y todas las futuras generaciones de nuestro pueblo deben vivir aquí".

Dije todo esto delante del jefe de la policía, el jefe del condado y el alcalde de la ciudad. Yo estaba heredando el espíritu del tío abuelo Yun Guk y dije cosas que nadie más se atrevía a decir. El público quedó impactado. Cuando bajé del escenario, noté que sus rostros habían palidecido. Ese día no me pasó nada, pero hubo problemas un poco después. Desde ese día, la policía japonesa me señaló como una persona que requiere seguimiento, y comenzaron a vigilarme y a convertirse en una molestia para mí. Posteriormente, cuando intentaba ir a Japón para continuar mis estudios, el jefe de la policía se negó a estampar su sello en una planilla que yo necesitaba, y esto me ocasionó ciertos problemas. Él me consideraba una persona peligrosa a quien no se le debía permitir viajar a Japón, y se negó a sellarme el formulario. Tuve una gran discusión con él, y, finalmente, lo convencí de sellarme el formulario. Sólo entonces pude ir a Japón.